Wall Sreet y el frenesí del dinero. |
La mina de oro de los
dioses del dinero es la especulación. Por medio de prácticas especulativas
estos oscuros personajes se roban literalmente la riqueza de todos los países
del orbe. Un especulador no genera riqueza real, no produce empleos, ni bienes,
ni beneficio alguno para la sociedad. Es un parásito. Simplemente saca provecho
del trabajo ajeno y de los recursos naturales de las naciones.
Por ejemplo, a
sabiendas de la tendencia al alza del precio del petróleo, un especulador puede
comprar millones de barriles de crudo y guardarlos un año o dos antes de
ponerlos en el mercado. La ganancia obtenida será sideral; más aún si en el
camino se ha desencadenado convenientemente una crisis que incremente aún más los
precios. Esto mismo ocurre con los alimentos, los bienes inmuebles, los
medicamentos, las acciones bursátiles, etc. Por supuesto, no es necesario
mencionar el hecho de que la mayoría de estas “crisis” son provocadas y
administradas por sus lacayos, los jefes de los Estados más poderosos de la
Tierra.
A estas alturas está
claro que las fuerzas armadas de las grandes potencias son algo así como la
“guardia suiza” de los amos del mundo, sus tropas de asalto. No es en lo
absoluto un despropósito pensar en los ejércitos de las potencias como en
fuerzas mercenarias puestas al servicio de los intereses de los dioses del
dinero. Sólo que para el caso de las guerras que estos despiadados titiriteros se
inventan con el objeto de hacerse con los recursos naturales de los países, las
cuentas las pagan los propios Estados con los impuestos que les cobran a sus
ciudadanos.
Lo mismo vale para las
crisis bursátiles que provocan a objeto de elevar a bajar los precios según
quieran comprar o vender acciones de acuerdo a sus estrategias de dominio
global. El precio lo paga siempre el hombre de la calle, el hombre-masa,
adormecido por el cántico de sirenas de la pseudo-cultura que lo arrulla, a la
par que embrutecido por el trabajo maquinal que realiza forzado por las
circunstancias de la vida.
Es el arte de
birlibirloque de los amos del mundo que se han vuelto expertos en sacar las
castañas del fuego con la mano del gato. En el caso de las guerras y las crisis
económicas, profitan del caos a fuerza de la sangre, sudor y lágrimas que han
debido derramar los pueblos del mundo para financiar su utopía mundialista.
Así, esta elite de magos negros ha devenido especialista en el arte de
convertir el sufrimiento ajeno en riqueza personal. Las fluctuaciones de los
precios son como las olas de su mar jurisdiccional –los mercados mundiales– sobre
el que navegan diestramente divirtiéndose a más no poder a costa del patrocinio
del resto de la humanidad.
¿Pero quiénes y
cuántos son en realidad estos “amos del mundo”? Un estudio del Instituto
Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico, de la Universidad de las
Naciones Unidas (World Institute for
Development Economics, of the United Nations University, UNU-WIDER), revela
que el 10% de la población adulta del mundo acapara el 85% del total de la
riqueza global. Eso significa que el 90% restante de la población mundial debe contentarse
con repartirse sólo las migajas de la mesa. Para mayor abundancia, según el
escritor y diplomático suizo Jaen Ziegler, miembro del Comité Asesor del
Consejo de Derechos Humanos de la ONU, las 255 fortunas privadas más grandes
del mundo suman en conjunto unos mil millones de millones de dólares, el
equivalente a la renta anual acumulada de los 2.500 millones de personas más
pobres del planeta.
De acuerdo con el
informe anual sobre el estado de la riqueza global publicado por las
Consultoras Merril Lynch & Co. y Capgemini (World Wealth Report 2011)[1], en el presente hay 10,9 millones de personas que
pueden ser clasificadas como “individuos de alto patrimonio neto” (de sigla
HNWI, por high net worth individuals),
es decir, multimillonarios en la acepción común del término. Se supone que
estos HNWI poseen un patrimonio de más de un millón de dólares en activos
financieros líquidos. De esta cifra se excluye la primera residencia, los
bienes consumibles más los bienes coleccionables y otros bienes de consumo
duradero, dado que la idea es evaluar el total del patrimonio convertible en
liquidez inmediata, es decir, dinero contante y sonante. No hace falta señalar
que la riqueza efectiva de estas personas es muy superior.
El caso es que la
cifra de multimillonarios arrojada por el Worl
Wealth Report 2011 corresponde al 1.5% de la población mundial. Según los
datos de este informe de alcance global, el patrimonio financiero de estos privilegiados
llegaría a los 42.700 millones de millones de dólares (US$ 42.700.000.000.000),
lo que hace un promedio de más de 3.917 millones de dólares per cápita,
equivalente a la suma del PIB de las economías de los Estados Unidos, Japón,
China, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, India, Rusia, España, México y
Corea del Sur[2].
Pero el estudio divide
a estos elegidos a su vez en dos grupos: los HNWI propiamente tal (que poseen entre
de 1 y 29 millones de dólares en activos financieros netos) y los ultra-HNWI (poseedores
de más de 30 millones de dólares en dinero fresco). A esta última clase
pertenecen unos 103.000 individuos; es decir, algo así como el 0.0015% de la
población del mundo, representando su riqueza el 36.1% del total del capital en
manos de los HNWIs. La cifra resultante es de más de 15.000 millones de
millones de dólares con un promedio de unos 15 mil millones per cápita.
Según la revista
Forbes, el ranking de los hombres más ricos del mundo el año 2011 lo encabezó
el mexicano Carlos Slim, dueño de Telecom entre otras inversiones, con una
fortuna calculada de 74.000 millones de dólares. Le sigue Bill Gates con 56.000
millones. Para el 2012, la fortuna de Slim descendió a 69.000 millones de
dólares, pero se mantuvo al tope de la lista, seguido de cerca por Gates, que
subió a 61.000 millones. El tercero de la lista del 2012 es Warren Buffet,
dueño de la multinacional Berkshire
Hathaway, con 44 mil millones de dólares.
La corte de
los dioses del dinero y el Círculo de la Perdición
Por supuesto, no todos
estos ultra-HNWIs pertenecen al oscuro círculo de personajes a que nos hemos
referido aquí llamándolos “amos del mundo” o “dioses del dinero”. Podríamos
decir que esta corte infernal es conformada por no más del 1 o el 2 % de éstos.
Es decir, la cifra de los titiriteros que realmente mueven los hilos del mundo rondaría
los mil o dos mil sujetos, la mayoría de los cuales son completamente
desconocidos para el gran público.
Pero hemos de dar un
paso más. Esta corte de soberanos en las sombras –con toda su arrogancia y
prepotencia– no representa ni con mucho el último escalón de la pirámide del
poder mundial. Estos hombres rinden honores a su vez –algunos inconscientemente
hemos de decir– a otra clase de poderes más altos. Hay que recordar siempre que
el dinero es un medio, no un fin en sí mismo. La cúspide de la pirámide es
ocupada por individuos de una especie muy distinta, detentores de otra clase de
poderes o majestades. Si el dinero es la sangre del mundo, el tipo de poder que
representa este círculo interno de iniciados en la trastienda del poder mundial
corresponde a los aspectos metafísicos del dinero. A esa reducida elite hemos
decidido llamarla aquí el Círculo de la
Perdición, pues sus acciones representan, en el fondo, la voluntad de
truncar el progreso espiritual del ser humano sobre el escenario terrestre.
Resumamos: más allá de
los ultra-HNWIs, dueños de la riqueza, está la corte de los dueños del mundo...
y más allá aún, los soberanos pontífices del poder mundial, un círculo interno conformado
por no más de 300 personajes que no necesitan ser multimillonarios –aunque
algunos lo sean– para sentar sus reales en el trono del mundo.
Sin embargo, aún en
estos círculos dentro de círculos podemos atisbar la existencia de un sancta sanctorum cuyo velo ha de ser
traspasado tan sólo por una minoría de estos iniciados seleccionada
cuidadosamente.
¿Qué es el
dinero?
Pero para saber de qué
estamos hablando aquí es necesario antes que nada adentrarnos en el reverso del
dinero, en su significado profundo, dilucidando su rol en el mundo.
La primera pregunta
que hemos de hacernos en este punto es: ¿qué es el dinero?
Pues bien, tanto como
la sangre puede ser entendida como flujo de vida, el dinero puede ser
interpretado como un flujo de energía. El dinero sería de este modo la energía que
mueve al mundo circulando por las arterias y venas del planeta, el mercado
global. Como toda energía, la energía del dinero está destinada a fluir. Cada
vez que el flujo energético de un cuerpo o de un sistema vivo se ve obstruido,
éste enferma. La energía estancada es causal de enfermedad y muerte en los
organismos vivos.
Así, el dinero es
vida.
Pero... ¿qué es la
vida?
Según un antiguo dicho
oriental, la vida es aquello que duerme
en la piedra, sueña en la planta, despierta en el animal y toma consciencia de
sí en el hombre. De modo que la vida representa, en cualquier escenario en
que se manifieste, cierto grado de organización de la materia orientada hacia
la consciencia.
¿Y qué es la
consciencia?
La consciencia es la
capacidad intrínseca de un ser de autopercibirse como una individualidad única
e irrepetible en medio de un entorno que lo acoge. De este modo, la consciencia
se alcanza cuando el ser logra expresarse en medio de otros seres afirmando su
individualidad en forma de pensamientos, sentimientos y voluntad propios. En
este sentido, la consciencia depende de esta capacidad de autoafirmación
delimitada por la voluntad de ser de una individualidad.
De modo que el dinero
reúne de alguna manera conceptos que habitualmente no asociamos a su naturaleza,
como la vida, la consciencia y la voluntad de ser.
Desde que se inventó,
el dinero no fue más que una herramienta que servía para intercambiar bienes y
servicios permitiendo que los frutos del trabajo humano se esparzan por el
mundo. Era, por tanto, un medio, no un fin en sí mismo. El impulso que le dio nacimiento
entrañaba un intento por mejorar las condiciones de vida de las sociedades a
objeto de hacer viable que los individuos puedan expresar al máximo su
potencial individual y colectivo. Mediante el uso del dinero fue posible que
las comunidades humanas dieran el salto desde la mera subsistencia a la
creación de interacciones sociales y culturales cada vez más complejas y ricas
en contenido y significado.
La connotación
negativa que actualmente tiene el concepto tiene su raíz no en su propia esencia
sino en los desvíos de la naturaleza humana. La memoria negativa asociada al
dinero tiene que ver con las consecuencias en el plano de la historia de la
codicia humana que tiende a acumular algo que ha sido concebido precisamente
para fluir. Desde este punto de vista hemos de comparar al dinero que fluye con
una vertiente de agua limpia; la concentración de riqueza, en cambio (con la
mayor parte del dinero del mundo acumulado en las cuentas de los HNWIs, así
como en el haber de los bancos y consorcios privados que se reparten entre
ellos el patrimonio de toda la humanidad), ha de ser asociado al agua
estancada. De ahí la oscura sombra que proyecta sobre la psiquis humana el concepto
del dinero en sí.
El dinero que fluye no
puede menos que dar vitalidad y alegría a las sociedades humanas; en contraste,
el estancado... mata, adormece, aplasta la consciencia del hombre
transformándolo en amo o en vasallo. No hay término medio aquí.
El poder de hacer
milagros ha sido llamado siempre “magia”. La magia representa la capacidad del
alma humana de transformar el mundo según la propia voluntad. Si la voluntad es
noble, sana, desinteresada, sus efectos serán beneficiosos para toda la humanidad.
Si por el contrario es impura, egoísta, codiciosa, las consecuencias de su objetivación
sobre el mundo se volverán nocivas para todos, incluso para el mismo operador
que pretende usufructuar del poder que momentáneamente ha conquistado. Es a
este desvarío de las facultades anímicas humanas –resumidas en el pensamiento, el
sentimiento y la voluntad del hombre poseído por su ego– al que se ha llamado desde
muy antiguo “magia negra”.
Valga lo anterior para
volver al título del presente capítulo y entender por qué hemos descrito en él a
los especuladores financieros como los magos negros de la economía mundial.
La riqueza no es mala
en sí misma. No hay maldad en la riqueza. La maldad es una cualidad del alma
humana rezagada que se ha quedado empantanada en una fase adolescente del
desarrollo de la individualidad. En este sentido, se podría decir que la
acumulación de dinero es a la riqueza lo que la masturbación a la sexualidad.
Lo que hacen los dioses del dinero es masturbarse con la riqueza del planeta
privándose a sí mismos y al mundo entero del más grande de todos los placeres:
el amor al prójimo, la entrega de sí y el respeto por la vida y la dignidad
humanas. Por eso es que la maldad y la concentración de riqueza van de la mano
pues son un desvarío humano, un extravío de la razón en el laberinto del ego.
Evidentemente hay
gente adinerada que usa su caudal para transformar el mundo en el que vive para
el bien de toda la humanidad. De ese lado del tablero están los emprendedores
que generan riqueza produciendo bienes y servicios concretos, además de
empleos, cobrando y pagando lo justo por lo que dan y reciben. Muchos entre
ellos lo hacen respetando además el medioambiente, pensando en las generaciones
futuras. Contra esa clase de individuos nadie puede ni debe esgrimir reproche alguno,
como no sea para ayudarlos perfeccionar su obra, para hacerla más eficiente,
más justa y más humana en beneficio no sólo suyo sino de la humanidad entera.
El sello de este tipo de almas es la relativa austeridad en que viven dados los
recursos de que disponen, amén de su proverbial generosidad y capacidad
emprendora.
Los magos negros a que
nos hemos referido aquí son los especuladores financieros, esos que crean
riqueza de la nada estafando por vía legal a las sociedades que han logrado
infestar. También los grandes industriales y empresarios que han hecho de la
explotación de sus semejantes y de la destrucción del medioambiente su modus operandi dirigido a sacar el
máximo provecho de sus inversiones. En el último tramo de esta tríada de tipos
humanos nefastos tenemos al banquero insensible que hace de la usura su modo de
vida.
Estos son los magos
negros, los parásitos que han enfermado al mundo y lo tienen al borde del
colapso. Son los lobos de Hobbes, los amos y señores del planeta, para quienes
la vida y la dignidad humanas tienen menos valor que los ceros agregados a la
derecha del saldo de sus cuentas bancarias.
Ya hemos visto que a
su servicio están la mayor parte de los políticos y gobernantes a escala
planetaria. Ellos necesitan de la riqueza de estos sujetos que se han puesto a
la cabeza del rebaño humano para sentarse en el trono del mundo. Es
indiscutible a este respecto que buena parte de los gobiernos de la Tierra le
deben su existencia a estos amos de mundo –señores sin señorío todos ellos–,
incluso aquellos que eventualmente pudieran ser considerados por el ciudadano
ordinario como enemigos de todo lo que ellos representan.
La verdad es que los
dioses del dinero necesitan de esos regímenes o fuerzas hostiles para acrecentar su dominio sobre el resto del
planeta sobre la base del miedo que fomentan entre el público por medio del uso
estratégico de los medios de comunicación y de la industria de la entretención,
gran generadora de la cultura de masas que facilita el encubrimiento de sus acciones
criminales. Es el caso de regímenes como los de Corea del Norte, Irak, Irán,
Libia, Siria, la Cuba castrista, la URSS y hasta la Alemania de Hitler junto a
tantos otros que se han ido pasando a través de los tiempos el bastón de
“enemigos de la libertad y la democracia”. Es también el caso de la amenaza
siempre útil del terrorismo y de los entes cuasi-satánicos al estilo de Al
Qaeda, el IRA, la ETA, las FARC, Sendero Luminoso, etc.
Por lo demás, la mera
existencia de dichas fuerzas hostiles les sirve a estos dioses del Olimpo del
dinero para acrecentar su riqueza gracias al negocio de las armas que ellos
mismos controlan. Todo el complejo industrial militar, amén del tráfico ilegal
de armas, necesita del miedo instalado en la psiquis de los pueblos pues la
desconfianza provee la venda que cubre los ojos del ciudadano medio del mundo impidiéndole
ver la realidad cara a cara. De este modo, la alienación del hombre masa le
permite a los amos del mundo hacer y deshacer a su antojo en la trastienda de
los acontecimientos mundiales conforme a sus planes de dominio planetario.
La disonancia
cognoscitiva en que viven los pueblos –que le impide a la gente sumar dos más
dos en la terrible ecuación del poder– es el principal escollo de la verdad con
mayúsculas a este respecto. Los individuos no logran unir las partes del
rompecabezas simplemente porque la imagen final les da miedo. Así de simple. La
humanidad infantil esconde su cabeza bajo la almohada del confort o la simple
alienación para no enfrentar al cuco (coco en España y Portugal) oculto en el
armario.
De este modo es como
el dinero se transforma en poder.
¿Y qué es el poder? El
poder es la capacidad de realización. ¿De realización de qué? De los propios
objetivos. Así, solo hay que echar una mirada por el mundo para adivinar la
agenda del poder.
Javier Orrego C., fragmento de LOS DIOSES DEL DINERO
[1] Ver el World
Wealth Report 2011 en el siguiente link: http://www.capgemini.com/services-and-solutions/by-industry/financial-services/solutions/wealth/worldwealthreport/
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