Pero el mito de Drácula no es el único
cuento que se refiere alegóricamente a esta historia de saqueo y expoliación de
la raza humana. En 1964 el profesor de secundaria e historiador Henry
Littlefield escribió un interesante artículo llamado “El Mago de Oz: Parábola del
Populismo” en que hacía un paralelismo entre este clásico de la
literatura norteamericana y el amplio movimiento popular que luchó por la
reforma del sistema bancario a fines del siglo XIX.
La obra del periodista y escritor Frank Baum
–que apoyó la causa de William
Jennings Bryan en 1896–, publicada justo en el cambio de siglo,
contaba la historia de una niña huérfana de Kansas que vive con sus tíos en una
granja y que es arrastrada por un torbellino hacia un mundo fantástico. Pero lo
único que quiere la pequeña es regresar a casa. Pensando que el gran Mago de Oz
puede hacer realidad su deseo se va en su búsqueda en compañía de su fiel perro
Totó. En el camino se le unen un espantapájaros, un hombre de hojalata y un
león cobarde. Según la interpretación de Littlefield, Dorothy encarnaba el
espíritu y los valores de la joven nación; el espantapájaros era el agricultor
que no veía salida a la crisis (por eso pedía a gritos un cerebro); el hombre
de hojalata, el obrero industrial oprimido por la dura realidad en que vivía
(en razón de lo cual andaba en busca de un corazón); el león cobarde por su
parte era el propio William Jennings Bryan, derrotado por los poderes de este
mundo, los banqueros y cabezas de los trusts financieros (con frecuencia Bryan
era calificado de “cobarde” por sus oponentes porque era un líder pacifista
además de antiimperialista, justo en el momento en que los ojos de Estados
Unidos se posaban sobre Cuba, Filipinas, Hawai y China). Las necesidades de los
compañeros de Dorothy muestran en forma alegórica que el secreto para salir de
cualquier crisis consiste en volverse más sabios, más sensibles y más
valientes.
Por su parte, el Mago de Oz representaba
sobre todo a los presidentes de fines de siglo, Grover Cleveland y W. McKinley,
viejos, cansados e impotentes frente al poder que despiadado se cernía sobre el
país que supuestamente gobernaban. ¿Cómo cargar con el peso de la responsabilidad
de comandar los destinos de una gran nación si no se tiene el poder real para
actuar sin el permiso de los amos invisibles ocultos tras las cortinas de una
institucionalidad meramente decorativa? De este modo, el camino de ladrillos
amarillos no podía menos que representar el patrón oro sobre el cual, según
Bryan, se quería crucificar a la
humanidad. Así las cosas, la Ciudad Esmeralda no era otra que la capital de la
nación, Washington D.C. Curiosamente, los zapatos de plata de Dorothy son los
únicos que pueden conducirla de regreso a casa cuando la niña finalmente se da
cuenta que el Mago de Oz en realidad no puede hacer nada ni por ella ni por
nadie.
La misma denominación del “dólar” proviene
del vocablo español tálero, que a su
vez procede de talerus, versión
latinizada de la palabra alemana thaler.
Éste es el nombre que los alemanes le daban al real de a ocho español el cual,
al llegar a las Trece Colonias a través de Inglaterra, se transformó en
el dólar. La denominación de
“real” provenía del hecho de que su emisión dependía del rey directamente y de
nadie más; no se precisaba del servicio de los banqueros para estos efectos. De
este modo, para facilitar los cambios, el real de a ocho contemplaba piezas de
dos, cuatro y ocho reales de a ocho. A su vez, había reales de oro y de plata,
siendo la relación de valor entre ambos metales de 16 a 1. Esto quiere decir
que una pieza de oro valía lo mismo que dieciséis piezas de plata. El valor del
real era de 34 maravedíes. Un real de a ocho de plata valía así 8 x 34 = 272
maravedíes; a su vez el de oro o “doblón” valía 16 veces más (es decir, 8 x 34
x 16 = 4.352 maravedíes). Cuando se escribió la Constitución de los Estados
Unidos de América, se usó la denominación “dólar” para referirse a estos reales
de a ocho españoles. Los partidarios del bimetalismo continuaron defendiendo la
relación de 16:1 entre la plata y el oro. Esto quiere decir que 1 onza de oro
equivalía a 16 onzas de plata. Pues bien, la abreviatura de “onzas” es oz., de
ahí el nombre del país fantástico del Mago
de la Onza de Oro (Oz). Los presidentes Cleveland y McKinley no fueron más
que títeres en manos de los defensores de los privilegios del oro.
Según Littlefield, el camino que Dorothy y
sus amigos emprenden rumbo a la Ciudad Esmeralda para pedirle ayuda al Mago de
Oz se inspiró en la marcha que un grupo de trabajadores, obreros y campesinos,
liderados por Jacob S. Coxey, emprendieron
desde Ohio hasta la ciudad de Washington en marzo de 1894. Los manifestantes
querían, entre otras cosas, exigirle al Congreso que tomara las medidas
necesarias para restaurar el sistema de los greenbacks libres de deuda
emitidos por el gobierno de Abraham Lincoln. Eran tiempos duros y la crisis
golpeaba fuerte en todos los rincones del país. Decenas de pequeños bancos e
industrias se habían ido a la quiebra dejando en la calle y completamente
desprotegidos a decenas de miles de desempleados. La nación entera se
encontraba al borde del caos. Por lo mismo, a la revuelta se la llamó “la
marcha del hambre”. Entre los participantes estaba un joven aventurero de 18
años que posteriormente llegaría a ser un gran novelista, Jack London, autor
del inolvidable Colmillo Blanco.
El caso es que la marcha del ejército de Coxey fue un completo
fracaso. El propio líder sería detenido por pisar el césped de los jardines de
la Casa Blanca. Como veremos, tanto la marcha de Coxey como la acometida de
Bryan serían finalmente derrotadas. El “sueño americano” de los populistas, la
independencia financiera de la nación frente a la opresión de los banqueros,
estaba destinado a desmoronarse como un castillo de naipes.
No obstante, Jacob Coxey volvería a aparecer
en escena cuarenta años más tarde cuando la crisis de los años 30 volvió a
poner en tabla la “cuestión del dinero”. Era evidente –al igual que hoy– que el
sistema monetario vigente tenía que ser reformado urgentemente. Sobre esta base
Coxey se presentó como candidato a la presidencia de la nación en 1932 para
competir contra Franklin D. Roosevelt. Los líderes populares continuaban soñando
con reflotar la idea de los greenbacks
de Lincoln. Pero no lo lograron. Coxey fue derrotado una vez más. Sin embargo,
su propuesta fue la base del New Deal,
el plan de Roosevelt para sacar al país de la Gran Depresión que entre otras
cosas contemplaba la creación de empleos sobre la base de un vigoroso impulso a
las obras públicas. El problema es que Roosevelt financió su plan con dinero
prestado por el mismo cartel de banqueros que lo habían empujado a la ruina. Lo
más terrible del caso es que el dinero prestado al gobierno no existía, era una
ilusión, fue creado de la nada. A
diferencia del plan de Roosevelt, la idea original de Coxey era sacar a flote
la economía del país con dinero libre de deuda emitido por el propio gobierno.
¿Por qué pagar por algo que uno puede hacer por sí mismo? La estafa, una vez
más, había sido consumada.
El caso es que en los mismos inicios del
movimiento populista –cuya lucha recogió el malestar del sector agrario y de
algunos grupos de la clase obrera de las ciudades contra la mezquindad de los
grandes bancos, los trusts industriales y el ferrocarril, que era un feudo de
los intereses de clase de los grandes señores–, Coxey había propuesto al
Congreso la emisión de 500 millones de dólares en greenbacks que servirían para amortizar la deuda federal y
estimular la economía por medio de la contratación de mano de obra desempleada
para desarrollar un vasto plan de obras públicas. Era el New Deal de Roosevelt,
sólo que cuatro décadas antes. Pero entonces los banqueros respondieron
advirtiendo contra el peligro inflacionario con el mismo discurso confuso,
impenetrable, lleno de rebuscados tecnicismos sin sentido con que hoy en día
continúan metiéndole el dedo en la boca al mundo entero. La verdad era que el
verdadero peligro estaba en su propio dinero ya que, dado el sistema de reserva
fraccionaria, ellos mismos prestaron su oro varias veces cargando como siempre
los cerdos ficticios a la cuenta del
propio gobierno que perfectamente podría haber creado todo ese circulante por
cuenta propia sin generar la enorme deuda que el sistema de los bancos
implicaba.
Una de las primeras líderes del Partido
Populista de fines del siglo XIX fue una valiente mujer descendiente de
irlandeses llamada Mary Ellen Lease, un ama de casa originaria, como Dorothy,
del estado de Kansas. La “Juana de Arco del pueblo”, como llegó a ser llamada
por sus partidarios, se convirtió en escritora y activista política después de
que su esposo perdió su granja a manos de un banco. En un discurso suyo dijo: “Wall
Street es dueño del país. Ya no es más un gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo, sino un gobierno de Wall Street, por Wall
Street y para Wall Street. La mayoría de las personas comunes de
este país son esclavos y el monopolio es el amo (...). Queremos dinero, tierra
y transporte. Queremos la abolición de los bancos nacionales; queremos que el
poder de otorgar préstamos provenga directamente del gobierno; y queremos que
el sistema de ejecución hipotecaria sea eliminado”. En algún momento una
publicación le adjudicó las siguientes palabras: “Los agricultores deberían
cultivar menos maíz y protestar más...”, y aunque después aclaró que el
periodista lo había inventado, se mostró complacida pues le pareció que de
todos modos era una buena idea.
Por supuesto, nadie puede argumentar
seriamente que la realidad interna de los titiriteros tras el monopolio del
dinero sea una unidad monolítica. El que no lo sea es lo que mantiene a salvo
al mundo de la tiranía total. En el cuento de Baum había dos brujas malas, la
del Este y el Oeste, personificando las dos facciones que se encontraban en
pugna por aquel entonces en los tenebrosos círculos del poder tras el poder: por un lado estaba la facción de Wall Street
–la Bruja Malvada del Este–, liderada por J.P. Morgan; y por otro el cartel de
la Standard Oil de Rockefeller –la Bruja Malvada del Oeste–, que apoyaba al
presidente McKinley y su brazo fuerte, el industrial Mark Hanna. Tras ambos
bandos, y con vínculos a lado y lado, se puede distinguir la silueta difusa de
los viejos enemigos de los Estados Unidos de América, los banqueros de Londres,
a cuya cabeza se situaba la Casa Rothschild. Hay quienes perciben tras la
muerte de McKinley la mano negra de estos últimos, dadas las tendencias
proteccionistas del presidente asesinado.
En el libro Telaraña de Deuda, la escritora Ellen Hodgson Brown nos ofrece una
moraleja de El Maravilloso Mundo del Mago
de Oz:
La economía estaba sumida en la
depresión, pero las tierras de cultivo del país seguían siendo fértiles y sus
fábricas estaban listas para funcionar. Su gente en trance simplemente carecía
de las fichas de papel llamadas “dinero” que facilitarían la producción y el
comercio. El pueblo había sido engañado en la creencia de la escasez, al
definir su riqueza en términos de un bien escaso: el oro. La verdadera riqueza
del país estaba conformada por sus bienes y servicios, sus recursos y la
creatividad de su gente. Al igual que el leñador de hojalata en la búsqueda de
aceite, lo único que se necesitaba era un medio monetario que permitiera que
esta riqueza fluyera libremente, circulando del gobierno al pueblo y viceversa,
sin que fuera perpetuamente desviada a las arcas privadas de los banqueros.[1]
Frank Baum, el autor de la hermosa fábula de
El Mago de Oz, era también un seguidor del movimiento teosófico que por
entonces ponía en boga en todo Occidente el concepto oriental de que la
realidad es en verdad una creación de la mente humana. La lección, vigente aún
en nuestros días, es que de nosotros depende despertar del sueño hipnótico con
que los poderosos amos del mundo mantienen dormido al hombre común. Si bien la
generación de Baum, Bryan y Lease fue derrotada, el sueño de la libertad está
hoy más vigente que nunca.
Javier Orrego C., Fragmento de A LAS PUERTAS DEL COLAPSO GLOBAL. El mundo de
rodillas frente a los magos negros de la economía mundial
(Segunda parte del libro LOS DIOSES DEL DINERO)
[1] Telaraña de
Deuda: La escandalosa verdad acerca de nuestro sistema monetario y sobre cómo
podemos liberarnos, Ellen H. Brown. Third Millennium Press, 2011
(disponible en Amazon).
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