12 de abril de 2013

Breve historia del dinero

Por Javier Orrego C.

Alemania, la inflación de 1923
Las primeras monedas que se acuñaron vieron la luz en el antiguo reino de Lidia, potencia comercial que prosperó entre los siglos XIV y VI A. de C. en el oeste de la Península de Anatolia en la actual Turquía. Según Heródoto, el pueblo lidio fue el primero en introducir el uso de monedas de oro y plata y en crear establecimientos de cambio permanente para favorecer el comercio. Estas primeras monedas vieron la luz durante la segunda mitad del siglo VII A. de C. y fueron creadas para el pago de las tropas de un modo eficiente y ordenado. A partir de ahí el uso de monedas y otras formas de dinero, como el papel moneda, se extendieron por el mundo como consecuencia de la expansión de la actividad mercantil. Con el paso del tiempo, esta evolución permitió que los Estados prosperaran y se hicieran garantes de que tanto billetes como monedas tuvieran un respaldo en el tesoro público generando las condiciones para un progresivo ordenamiento del comercio entre las naciones y los individuos. El funcionamiento ideal del sistema permitía que todo el dinero circulante pudiera ser canjeado por oro y plata perteneciente a las reservas de los países acuñadores.

En el curso de los siglos XVIII y XIX muchos países afirmaban su economía en un patrón de intercambio basado en el oro y la plata. Entre 1870 y la Primera Guerra Mundial se adoptó principalmente el patrón oro. Según este sistema cualquier persona de cualquier país del mundo podía transformar el papel moneda en una cantidad de oro equivalente fijada de antemano. Todo el dinero circulante tenía un respaldo en oro –y en algunos casos, plata– que descansaba en el tesoro público de los Estados. De este modo éstos sólo tenían que fijar el precio de su moneda y procurar que el circulante no fuera nunca superior a sus reservas metálicas. Por otro lado, los individuos tenían la posibilidad de mover el oro libremente a través de las fronteras. Entre otras cosas, el uso de este sistema aseguraba que los valores de las diferentes monedas se estabilizaran dentro de una franja razonable.
Suele suceder que cuando un país cae en un déficit de su balanza de pagos se produce un flujo de salida de divisas –o de oro– fuera de su territorio. En general un déficit de la balanza de pagos puede desencadenar una crisis económica si el Banco Central del país afectado no toma medidas compensatorias debido a que el flujo de salida causa una contracción en la oferta monetaria, lo cual retrae a su vez la actividad económica afectando el empleo y las inversiones. Pero cuando la economía de los países se basa en el patrón oro las medidas compensatorias son prácticamente automáticas ya que el déficit suele provocar una caída de los precios en el mercado interno con respecto a los demás países lo cual alienta por una parte las exportaciones y reduce, por otra, las importaciones posibilitando un flujo de oro en sentido inverso. Este efecto se ve reforzado simultáneamente por el flujo de capitales atraídos por la caída de los precios. Es decir, el oro regresa al país. Se genera de esta manera, gracias al patrón oro, una compensación automática que induce al equilibrio y a la estabilidad económica entre los distintos Estados.
Tal vez el gran problema de este sistema es que necesita de la buena fe de los países y sus gobiernos para funcionar correctamente. La cooperación y el respeto por las reglas del juego resultan indispensables. Y la situación política de los Estados suele introducir variables exógenas indeseadas, como la necesidad de financiar las guerras y carreras armamentistas que incitan a los gobiernos a imprimir papel moneda sin respaldo destinado, entre otras cosas, a cubrir las facturas de los fabricantes de armas. Muchas de las grandes fortunas de hoy en día se hicieron sobre esa base.
De todos modos el sistema se mantuvo en vigencia, con diversas variaciones, hasta bien entrado el siglo XX. Gran Bretaña, por ejemplo –cuna de la Casa Rothschild–, lo abolió recién en 1931 luego de la Gran Depresión de 1929, fundamentalmente para evitar la caída libre de precios y salarios en respuesta a la reducción global de la demanda. Después del colapso se implementaron por todas partes políticas económicas nacionalistas que impulsaron un fuerte proteccionismo que afectó el comercio multilateral y ahondó la crisis de los años treinta, todo previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
A este respecto es interesante apuntar que es imposible comprender el emerger de los grandes experimentos totalitarios surgidos durante la primera mitad del siglo XX –el bolchevismo, el fascismo y el nazismo– sin el concurso de la banca internacional. Cuando se presentan estas situaciones nebulosas en el devenir de las naciones suele bastar con identificar dos puntos o momentos de la historia, separados por una cantidad de tiempo prudente –digamos, un cuarto de siglo–, y trazar una línea entre uno y otro para ver hacia dónde apuntaban desde un principio los esfuerzos de los grandes titiriteros de la historia humana. Por ejemplo, para descubrir la huella digital de estos últimos actuando detrás de los acontecimientos de entreguerras hemos de aplicar este criterio fijando estos puntos de referencia en la irrupción del fenómeno del nazismo en Alemania y en los acuerdos de Bretton Woods.
En efecto, sobre el final de la Segunda Guerra, entre el 1 y el 22 de julio del año 1944, los aliados, con Alemania ya de rodillas, se reunieron en el complejo hotelero de Bretton Woods, en New Hampshire, para celebrar una Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas convocada especialmente para establecer las reglas del juego que regularían de ahí en más las relaciones comerciales y financieras entre las grandes naciones. Entre los acuerdos de estas sesiones, impuestos a la fuerza por la delegación de los Estados Unidos, está la creación de Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, además de la adopción del uso del dólar estadounidense como moneda internacional. A partir de entonces se decidió que todas las divisas serían convertibles en dólares y que sólo éste podría ser convertido en lingotes de oro en razón de una tasa fijada en 35 dólares la onza.
Tan sólo 31 años separan la creación de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED) de los acuerdos de Bretton Woods. En forma parecida, transcurrieron 25 años entre el inicio de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. En el transcurso de este lapso de tiempo en que la humanidad fue testigo de las atrocidades más grandes de su historia conocida, se afianzó el poder global de un puñado de familias aglutinadas en torno a la Casa Rothschild en Gran Bretaña y la dinastía Rockefeller en USA. La corona de espinas de esta flagelación de la humanidad por parte de esta casta de señores sin señorío que se apoderaron del mundo, fueron los ataques a las ciudades japonés de Hiroshima y Nagasaki al término de la Segunda Guerra Mundial.
A su vez, los términos de Bretton Woods –que entraron en vigencia en 1946– se mantuvieron vigentes por espacio de 25 años hasta que en 1971 la administración Nixon, impelida por la necesidad de financiar el gasto bélico en Vietnam, rompió las reglas del juego emitiendo dinero sin respaldo, situación que generó una reacción en los bancos centrales europeos que se volvieron locos intentando convertir sus reservas en oro, creando con ello una situación insostenible para los Estados Unidos. Frente a esta situación, el presidente Nixon suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro para el público y devaluó la “divisa madre” del mundo moderno en un 10%. Era el mes de diciembre de 1971. Dos años más tarde la moneda norteamericana sería nuevamente devaluada. Todo el episodio terminaría con la derogación de la convertibilidad del dólar también para los bancos y gobiernos extranjeros. A partir de entonces la fluctuación de las divisas ha sido campo propicio para la proliferación de los especuladores financieros que, como moscas, se abalanzaron sobre el cuerpo en descomposición de la economía mundial. 
Desde 1973 el dinero que usamos es una herramienta abstracta utilizada por los amos del mundo para incrementar el control que ejercen sobre la población mundial. No hubo nunca poder más omnímodo, cruel, sanguinario e invisible sobre la faz de la Tierra. 
Es decir, si la Segunda Guerra Mundial sirvió para reemplazar el oro por el dólar como pilar fundamental de la economía global –sancionando el predominio de los Estados Unidos en el ámbito de las finanzas y el comercio internacionales–, la guerra de Vietnam dejó ese poder en manos de quienes, atrincherados detrás de la administración del gobierno estadounidense, clavan sus garras en el alma de los pueblos ejerciendo su tiranía por medio del control absoluto del dinero, pues controlando el crédito en el seno de una sociedad que cree que todo se puede comprar y vender, los amos del mundo lo controlan todo. Y no necesitan ya del oro para hacerlo, aunque lo sigan acumulando.

Javier Orrego C., Fragmento de Los Dioses del Dinero

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