Por
Javier Orrego C.
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Wall Sreet y el frenesí del dinero. |
La mina de oro de los
dioses del dinero es la especulación. Por medio de prácticas especulativas
estos oscuros personajes se roban literalmente la riqueza de todos los países
del orbe. Un especulador no genera riqueza real, no produce empleos, ni bienes,
ni beneficio alguno para la sociedad. Es un parásito. Simplemente saca provecho
del trabajo ajeno y de los recursos naturales de las naciones.
Por ejemplo, a
sabiendas de la tendencia al alza del precio del petróleo, un especulador puede
comprar millones de barriles de crudo y guardarlos un año o dos antes de
ponerlos en el mercado. La ganancia obtenida será sideral; más aún si en el
camino se ha desencadenado convenientemente una crisis que incremente aún más los
precios. Esto mismo ocurre con los alimentos, los bienes inmuebles, los
medicamentos, las acciones bursátiles, etc. Por supuesto, no es necesario
mencionar el hecho de que la mayoría de estas “crisis” son provocadas y
administradas por sus lacayos, los jefes de los Estados más poderosos de la
Tierra.
A estas alturas está
claro que las fuerzas armadas de las grandes potencias son algo así como la
“guardia suiza” de los amos del mundo, sus tropas de asalto. No es en lo
absoluto un despropósito pensar en los ejércitos de las potencias como en
fuerzas mercenarias puestas al servicio de los intereses de los dioses del
dinero. Sólo que para el caso de las guerras que estos despiadados titiriteros se
inventan con el objeto de hacerse con los recursos naturales de los países, las
cuentas las pagan los propios Estados con los impuestos que les cobran a sus
ciudadanos.
Lo mismo vale para las
crisis bursátiles que provocan a objeto de elevar a bajar los precios según
quieran comprar o vender acciones de acuerdo a sus estrategias de dominio
global. El precio lo paga siempre el hombre de la calle, el hombre-masa,
adormecido por el cántico de sirenas de la pseudo-cultura que lo arrulla, a la
par que embrutecido por el trabajo maquinal que realiza forzado por las
circunstancias de la vida.
Es el arte de
birlibirloque de los amos del mundo que se han vuelto expertos en sacar las
castañas del fuego con la mano del gato. En el caso de las guerras y las crisis
económicas, profitan del caos a fuerza de la sangre, sudor y lágrimas que han
debido derramar los pueblos del mundo para financiar su utopía mundialista.
Así, esta elite de magos negros ha devenido especialista en el arte de
convertir el sufrimiento ajeno en riqueza personal. Las fluctuaciones de los
precios son como las olas de su mar jurisdiccional –los mercados mundiales– sobre
el que navegan diestramente divirtiéndose a más no poder a costa del patrocinio
del resto de la humanidad.